Todavía hay amores impo/impa-sibles (Por si quedaban dudas)

 

Hola”. Cuatro letras, una palabra simple, que puede no significar nada, como pasa la mayoría de las veces, o que puede ser el inicio de una amistad. Tan simple y tan compleja, tan desprovista de todo significado oculto que nadie se resiste a devolverla. “Hola”. Palabra de ida y vuelta, palabra universal, palabra nada original, pero que seguimos pronunciando, seguimos dando, esperando que nos la devuelvan.

Así empezó esta historia, en principio nada original, una más de las muchas que, día a día, rato a rato, comienzan a escribirse en la red; una de estas historias que, en un principio, protagonizan nicks, no nombres, donde el primer sentimiento que aflora es la desconfianza, porque nadie sabe nada de nadie, no se puede saber nada solo por unas letras en una pantalla, no puedes siquiera intuir quién está al otro lado; eso lo dan los días, las charlas, el intercambio de teléfonos, no sin ciertas reticencias.

Una, joven, confusa y en el luminoso y cálido sur, sintiéndose a oscuras y sin notar, ni en su entorno más cercano, ni un atisbo de calor; la otra, menos joven, menos confusa, en el norte, que dicen que es frío, pero con una increíble capacidad de dar y de darse; a pesar de creerse incapaz de expresar muchas veces lo que sentía, sabía. Decía no tener estudios, pero era sabia, tenía esa sensatez que dan los años y las experiencias vividas y, a veces, padecidas. A simple vista, se podría decir que eran como el agua y el aceite, la crema y las cebollas, líneas paralelas destinadas a pasar de lado sin encontrarse jamás.

Charlas intrascendentes al principio, nadie quiere desnudar su alma ante el primer nick llamativo: aficiones, opiniones, cuestiones del día a día, de las ocupaciones respectivas; así se empieza y se continúa con temas algo más personales, si se comparte vida con alguien, si hay alguna historia que contar, si nos han roto el corazón alguna vez. Y, una vez despejadas algunas dudas, que no todas porque nunca se sabe, se empieza con las confidencias y, casi sin darnos cuenta, nos encontramos desnudándonos ante una fría pantalla, esperando que, quien está al otro lado, no nos haga daño, no nos destruya otro poco pero, sobre todo, sea lo que parece y dice ser.

Y así, esta historia que empezó como otras tantas, con un simple “hola”, con el obstáculo de la desconfianza de por medio, un obstáculo complicado de salvar porque las dos sabían que no todo era lo que parecía ni todo el mundo es quien dice ni cómo dice ser en la red; las dos tenían experiencia en eso y ninguna gana de repetir errores pasados.

A pesar de la diferencia de edad, a pesar de la oscuridad del sur, de que, como solía pensar, lo suyo era de trabalenguas: su mente era un caos por lo que sentía, por quién y cómo lo sentía, por cómo se sentía… En el norte, los años habían aclarado sentimientos y despejado resentimientos; ahora, después de unos años que prefería olvidar, había conseguido encontrar equilibrio y sensatez. Aunque ahora caminaba sola, no siempre fue así, y fue la compañía de esa mujer, a la que seguía echando de menos, la que había obrado el sustancial cambio que se había producido en ella. Del recelo al salto sin red, así se podría resumir su relación.

Naturalmente, nada de esto sabía la una de la otra; curiosamente, el único punto de coincidencia entre ambas era ese resistirse a atreverse a pasar a otro plano, a dejar los temas cotidianos, a dar el paso y hablar de temas y cuestiones más personales; pero, inevitablemente, ese día llegó. Y llegó por otra noche oscura y fría después de un día oscuro y frío en el cálido sur. Al conectarse, esa noche empezó como todas, con un “hola”. Algún cínico dijo que no hay nada peor que alguien te conteste cuando le preguntas qué tal está. Y eso pasó aquella noche, tras el “hola” inicial. El norte le preguntó al sur por su día y el sur empezó a “hablar”, moviendo los dedos como si no fuesen suyos, mirando incrédula la pantalla, como si no terminarse de creerse que eso que veía escrito, muchas de las cosas que pensaba y que jamás había contado a nadie, apareciese ante sus ojos, en la pantalla de su PC, para que lo leyese alguien a quien no conocía; no lo entendía, pero no podía parar.

Le contó que su día había sido espantoso, como casi todos; le contó que había notado la frialdad del trato que recibía en casa desde que soltó aquella bomba, desde que cometió la terrible equivocación de sincerarse en casa, ante su familia; no se sentía a gusto siendo quien era. En realidad, no se sentía bien siendo cómo era. No se sentía a gusto con su cuerpo; sentía que no era ella, porque se sentía él. No la dejaron explicarse. No dijeron nada, aunque sus caras lo decían todo. Y desde entonces, sintió más oscuridad y más frío en el luminoso y cálido sur.

Y al otro lado de la pantalla, otra persona leía, asentía, animaba; ofrecía lo único que la distancia le permitía: una especie de compañía, una cierta calidez y mucha simpatía; sentía que no tenía nada en común con aquella chica que le confiaba sus más íntimos pensamientos y, a la vez, se sentía, a ratos, plenamente identificada con ella. Era más cauta, no hablaba mucho de sí misma, pero sabía “escuchar”, sabía tener la palabra justa, sabía hacer el comentario ligero que aliviaba los momentos tensos. Aquella noche, negra para el sur, estuvo ahí, estuvo como siempre solía estar, ofreciendo lo único que podía ofrecer: compañía en la distancia, kleenex virtuales que secaban lágrimas amargas y un hombro amigo.

Dicen que el camino que lleva al infierno está empedrado de buenas intenciones, y una de esas noches, ese camino tuvo una piedra más; una noche que empezó como otras tantas, con esas cuatro letras que dicen inician una amistad, un “hola” en una pantalla; sur y norte unidos en la distancia. Charla, como cualquier otra noche, conversación intrascendente a ratos, a renglón seguido algo más seria, más personal, hasta que apareció la piedra, sin avisar. Esa noche, el sur parecía más frío y más oscuro, las respuestas se hacían esperar. Quien oía/leía se sintió casi contenta, porque pensó que igual esa chica que parecía depender de ella, por fin, había encontrado a alguien, alguien que la quisiera tal cual era, alguien que no la juzgara por lo que sentía y por cómo se sentía, alguien que intentara, aunque solo fuese por un instante, ponerse en su pellejo y sentirse como ella. Dejó de escribirle, respetando lo que creía estaba sucediendo, esperanzada porque algo de calor llegase allí abajo. Todo eso se vino abajo en cuanto vio esa frase en la pantalla, esa pregunta formulada desde la distancia, y cuando la leyó, se sintió mal, se sintió culpable, se sintió… (Por qué no me quieres??).

Pues eso.

(“Para cruzarlo o para no cruzarlo

ahí está el puente”.

    M. Benedetti. El Puente)

P.D.: Esto va dedicado a alguien, ese alguien sabe quien es; ese alguien me ha enseñado mucho, de todo casi, pero sobre todo, me ha enseñado lo que realmente es: una persona enorme con un corazon todavia mas enorme. Asi, simplemente, con esta tonteria, quiero decirte, como dijo la otra, con irreverencia y gratitud: Gracias por ser y estar.

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Una respuesta a Todavía hay amores impo/impa-sibles (Por si quedaban dudas)

  1. diana dijo:

    ufff madremia ! sin palabras me dejasque bonito, esta genial lo as descrito muy bien con el mismo sentimiento que produce esa terrble preguntaquiero decirte que me siento muyyyyyyyy afortunaday emocionada de tenerte en ese rinconcito de mi corazongracias a ti por darme tantoun beso piradilla la perraca

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