DIEZ MINUTOS ANTES (Del Big-Bang)

 

El no se da cuenta pero

el silencio aquí dentro

es enorme”

(Alice Saint Anna)

Alguien dijo que es muy peligroso hacer planes para el día siguiente si uno no recuerda qué comió el día anterior; no obstante, estas tres personas que ahora comparten jadeos y caricias, han estado planeando este momento y lo han planeado como una operación militar: el fracaso no era una opción. Por eso lo han aplazado varias veces y, precisamente por eso también, desde que habían cerrado tras de sí la puerta de aquella casa, se habían entregado cada uno a los demás.

Se habían conocido por internet; por lógica, el único lugar donde tres personas tan distintas entre sí podían tener ocasión de entablar una conversación. Tres generaciones compartiendo cama: la mayor, cercana a la cuarentena, a esa edad en que todas las mujeres se vuelven rubias; en medio, un hombretón casi rozando los treinta, orgulloso de su cuerpo y del tamaño de su pene; la menor, una chica (parecía demasiado joven para llamarla mujer), de veintipocos; vestida, su estatura y su cara la hubieran hecho pasar por colegiala.

La mayor se había encargado de preparar el lugar del encuentro y de recoger a la más joven. Había quedado con ella un rato antes de que se encontraran los tres porque tenía curiosidad, sentía curiosidad por alguien que, si era tan joven como decía y como se mostraba en las escasas fotos que había visto, hubiera decidido probar lo que iban a hacer esa tarde: sexo con desconocidos. Alguien que se había mostrado entusiasmada con la perspectiva de hacer un trío, se dijo, merece la pena ser examinada a solas. Y ahí estaba, esperando donde le había dicho que esperaría, casi impaciente, mirando de reojo el reloj y deseando que no se hubiese echado atrás. Unos golpecitos en la ventanilla la sobresaltaron, giró la cabeza y ahí estaba: casi una réplica de la protagonista de Millenium. Cuando estuvo sentada a su lado y el coche empezó a moverse, lo único que se le ocurrió a la señora rubia fue decirle a la chica que no llevaba ropa interior, que si quería, podía comprobarlo… apenas lo hubo dicho, se sintió ridícula; la chica soltó una carcajada y la miró, y vio a alguien a quien, en realidad, no sabía si las fotos le hacían justicia. Se le notaba la edad, pensó, casi cuarentona, pero con un cuerpazo; horas de gimnasio y dieta, pensó. Un vestido de una pieza, de esos que se ajustan al cuerpo, negro; medias negras también, zapatos de tacón… La una la antítesis de la otra.

Se fueron alejando del bullicioso lugar donde se habían encontrado mientras el sol se alejaba también y una suave penumbra comenzaba a inundar las calles; quedaron detenidas en una calle estrecha, en una especie de embudo provocado por los atascos de la hora punta, de la vuelta a casa. La joven, entonces, giró su cabeza y miró el perfil de su acompañante, apoyó una mano en el muslo cubierto por la media negra, levanto el vestido muy despacio; su mano desapareció allí abajo, sus dedos se enredaron en una maraña de húmedo pelo. Dedos hábiles, pensó la mujer, que intentó abrir las piernas un poco para facilitar el acceso de esos dedos largos y delgados hasta que se mojaron de ella. No apartó la vista en ningún momento, pero una especie de escalofrío la recorrió entera y cerró las piernas, como dando a entender que la visita se había acabado. La chica volvió a reír y se llevó los dedos mojados a la boca. Se relamió; me está provocando, pensó la otra mujer, y creo que me gusta lo que hace y cómo lo hace.

Otra parada. Otra mínima espera. Otra puerta que se abre, esta vez trasera, la amortiguador del coche que deja sentir el peso del cuerpo del hombre, el tercer vértice de aquel triángulo ocasional. Se inclina hacia delante, sujeta la cabeza de la chica, la besa en la boca, le mete la lengua; se gira hacia el otro lado, le hace lo mismo a la mujer rubia, se sienta en mitad de los asientos traseros, como si quisiera que lo viesen bien.

Todo eso ha pasado hace apenas unas horas. Llegaron a una especie de casa en el campo, aislada, discreta; la mujer rubia insistió en que se quedasen en el coche unos minutos, que tenía algo que hacer dentro. Desapareció tras la puerta; se hizo esperar poco y la forma de hacerles ver a los otros que podían entrar fue dejar la puerta entreabierta. El hombretón y la chica pasaron a una sala casi totalmente desprovista de muebles, una chimenea encendida, muchas velas, dispuestas para iluminar pero también para dotar a la habitación del punto justo de misterio y calidez. Un sofá, una alfombra enorme y poco más a la vista. El hombre quiso saber donde estaba el baño, la mujer rubia le indicó y el hombre desapareció; cuando volvió, las dos mujeres estaban sentadas en el sofá. La rubia únicamente cubierta por las medias; la más joven todavía vestida, la cara hundida en la entrepierna ajena, ninguna de las dos pareció percatarse de su presencia y eso lo irritó: se suponía que él era el hombre, un hombre impresionante según todas las mujeres que lo habían disfrutado. La irritación dejó paso a la excitación, lo que veía era como un sueño hecho realidad; empezó a desnudarse y cuando toda su ropa fue un montón informe a sus pies, se acercó al sofá, dispuesto a intervenir en aquella fiestecita privada.

El hombre y la mujer rubia decidieron que merecía la pena hacer un paréntesis: ellos estaban desnudos y la chica joven todavía llevaba la ropa puesta; hubo movimiento en el sofá, que fue ocupado por el hombre, que se sentó como lo había hecho en el coche: en mitad del asiento, con las piernas muy abiertas; ahora, se acariciaba el miembro, que empezaba a reaccionar. Las dos mujeres en pie, vestida la una, desnuda la otra. La rubia toma la iniciativa, se acerca a la chica, le estampa un beso en la boca, la penetra con la lengua, la empuja hacia donde esta el hombre, que rodea su estrecha cintura y comienza a destrabar el botón del pantalón; lo baja, baja las braguitas y mira ese culito que lo sorprende. No se lo esperaba, la ropa que llevaba mas que vestirla, la cubría y ahora, se dijo, al quitar esa ropa, el cuerpo de la chica parecía ser todo un descubrimiento.

La mujer rubia le quita la camiseta, la chica no lleva sujetador; no lo necesita. Sus pechos son pequeños, pero firmes, pezones rosados y ahora, cuando los lame, los nota duros. Espera un poco, se dice, espera que esto va a merecer la pena. La empuja un poco mas hacia el hombre, la sienta encima de él; sus dedos se traban en los cordones de las botas de la chica. Se las quita, le baja los pantalones, caen las braguitas también. Mira el cuerpo de la chica, totalmente desnudo, ve su sexo, rasurado, rosado, lo adivina húmedo. Ve las manos del hombre que cubren los pechos pequeños. Mira hacia abajo. El hombre tiene un sexo enorme, que asoma por debajo de la chica. La mujer rubia mete su cabeza en las entrepiernas, alcanza a meterse en la boca la punta del pene, ya erecto, lo chupa, oye los gemidos del hombre; decide cambiar, ahora su lengua busca el sexo abierto de la chica. Lo abre, hunde su lengua en él, la mueve, serpentea sobre el clítoris. La chica gime. La mujer rubia se nota muy mojada. La chica le aparta la cabeza, sus manos se mueven rápidas, agarran el sexo del hombre, se lo coloca y se ensarta en él. El hombre lo esperaba y, sin soltarla, mueve sus caderas, la empuja, la chica siente como aquel falo enorme entra y sale de sí. La mujer rubia mira atónita. Quiere participar de aquello. Se sienta en el sofá, junto al hombre y empieza a acariciarse los pechos y el sexo, ya empapado.

 

Nota otra mano junto a la suya, nota unos dedos que se introducen en su sexo, que no ofrece resistencia alguna. El hombre sigue percutiendo sobre la chica, que parece disfrutar, que deja escapar un gemido cuando el hombre, como si su cuerpo no pesase ni su placer le importase, se la quita de encima. Mira a la otra mujer, siente en sus dedos su humedad y su deseo. Le gusta la idea de penetrarla ahora. Dirige su polla a aquel sexo cubierto de pelos húmedos. Le entra hasta el fondo. La mujer siente los empujes de animal de aquel animal hermoso y bien dotado; los vellos púbicos de ambos se tocan, la mujer empapa al hombre con su líquido. La chica no sabe muy bien qué hacer, ahora es ella quien mira y ahora es ella quien decide actuar. Sitúa su sexo cerca de la cara de la mujer rubia, que la recibe con una sonrisa, que la atrae hacia sí, que acompasa las embestidas del hombre con embestidas de su lengua a aquel sexo imberbe que se le ofrece. El hombre sigue percutiendo, la mujer rubia gime, se ha corrido, pero sigue aguantando las embestidas del hombre y sigue lamiendo ese coñito delicioso, hasta que se lo arrebatan. El hombre se ha vuelto a sentar, ha cogido por el pelo a la chica y la ha inclinado hacia su pene, todavía erecto, aún con ganas; se la mete en la boca, le sujeta la cabeza. La chica lo hace bien, se dice, pero todavía no ha probado lo mejor. Le retira el pene de la boca, la hace levantarse, la coloca dándole la espalda, la atrae sujetándola por las caderas, le mete las rodillas entre las piernas y, cuando la chica piensa que la va a volver a penetrar, siente que ese miembro monstruoso le invade el culo. Quiere resistirse, pero no puede, se siente indefensa, presa de aquellas manos enormes. Le duele un poco, pero no quiere quejarse.

La mujer rubia siente que aquello es una vuelta al principio, cuando la escena era casi una repetición de esta, pero algo ha cambiado; antes no, pero ahora tiene el sexo de la chica libre, todo para ella, a disposición de su boca ansiosa. Antes de perderse entre sus piernas, acerca su boca a la de la chica, le da un beso largo, se intercambian sabores, se mezclan los sabores de los tres en aquel beso; no pierde tiempo, no sabe cuánto más va a aguantar el hombre así y decide aprovecharlo. Se arrodilla ante la chica, ante su sexo que ya ha pasado de ser rosa a rojo intenso. Le pasa una bien cuidada mano por todo el vientre, jugueteando con el piercing del ombligo, abre su rajita, hunde su cabeza, su lengua; no tiene que mover la lengua, los movimientos del hombre lo hacen por ella. Libera una de sus manos y la lleva a su sexo, que le sigue pidiendo más; se lo imagina como una tajada de sandía, rojo y jugoso y espera que, antes de que termine aquel encuentro, reciba también su merecido…

Pues eso.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a DIEZ MINUTOS ANTES (Del Big-Bang)

  1. Marta dijo:

    En tú línea, explicita al máximo sin descuidar la imaginación….

Deja un comentario